sábado, 27 de febrero de 2010

DOCE ALICANTINOS POPULARES (3)

Seguimos con la segunda parte de esta saga, que recoge el artículo de nombre "Personajes alicantinos populares", que conjuntamente publicaron José Antonio Peral (texto) y Remigio Soler (ilustraciones), para el Ayuntamiento de Alicante. Hay que recordar que estos personajes están descritos con las palabras y títulos exactos que el autor del texto decidió en su día.

El hombre cañón
Famoso por su sombrero gris con cenefa negra, vendía cigarrillos y cerillas alrededor del hotel Samper y el portal de Elche, el de los quioscos de prensa en cada esquina y la parada de coches de punto (carruajes de alquiler con caballo), que era famosa por la intensidad de los aromas a orina de los jamelgos, que trajeron las primeras moscas a la ciudad.
Inició sus actividades como hombre cañón de un circo, aunque era – en verdad – hombre bala, pues era disparado para caer en una red colocada al efecto. Pero sucedió que la mujer del cañonero estaba cañón – en lenguaje de hoy, más que buena -, y como el bala de nuestro amigo se merendaba a la tal Marujita y llegando a enterarse su disparador y patrono, vino este a poner más carga en el cañón y el otro a parar fuera de la red, rompiéndose todos los huesos, por lo que quedó cojo a perpetuidad, haciéndose famoso el dicho: “Eres un bala”.
Artemio Pérez
Famoso masoquista alicantino que se codeaba con lo mejorcito de la ciudad, alternando con su flor y nata participando activamente en sus siempre gratas diversiones.
En una ocasión, lo metieron en una avioneta y, al tercer meneo por los aires hubo que aterrizar por la gloria de la madre de Artemio, que finalmente tomó tierra cagadito hasta los calcetines.
A La Mancha también lo llevaban de morralero para cargar las liebres que mataban sus señoritos amigos. Y una vez que le llegaron a dejar escopeta, a cada conejo que mataban los demás le metían un rollito de papel en el culo con la leyenda: “ a mí me ha matado Artemio”. Entre las risas ajenas Artemio planeaba su venganza. Así que fue recogiendo ortigas hasta llegar a la fonda, donde a cada uno puso una ramita en la cama. Y como disimulón era único llenó su cama de ortigas y pernoctó sobre ellas para ocultar su autoría. A la mañana siguiente lo habían dejado solo, sin coche, sin ropa y sin dinero, en plena Mancha.
Y a pesar de todo, Artemio decía que quien tiene un amigo tiene un tesoro.
Barrachina

Quien no ha oído hablar de Barrachina, el de “¡Porte la faba calenta!” con su carretón, su olla y sus habas hervidas, y con su fuego debajo al efecto, hizo escuela recorriendo las calles alicantinas.
Tocaba la charamita para anunciar el producto a la clientela. Como no era amigo de poner todos los huevos en el mismo cesto, servía igualmente aigua çiva con rollos y bambas, y lo que le hubieran pedido. Otro tipo curioso por el dicho.

Supongo  que si hubiera que ponerle música a esto, el que hablaría de los tres, sería Artemio que diría: Cómo pudiste hacerme esto a mí de Alaska y Dinarama (si la queréis escuchar, pinchad en el título).
Artículos anteriores:

5 comentarios:

  1. este que yo te voy a decir es mas reciente....no se si tu te acuerdas, por lo menos yo lo reuerdo como muy famoso..
    " el sargento moquillo "
    era un policia local muy suegeneris....jejejejej en su forma de dirgir el trafico....y que me dices de caruso.....con sus medallas y sus cantos.....

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  2. Pues claro que sí, me acuerdo de los dos. Del Sargento Moquillo se ha hablado mcuho en Alicante Vivo con mucho cariño y de Caruso hablé yo mismo en este blog en la primera entrega.

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  3. A los dos que dice la Mami también los he conocido yo. Pero del Artemio Pérez ni idea, me ha fascinado su historia, parecía sacada de una novela de Delibes.

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  4. Pues sí Pedro, es chocante. El caso este, se sale un tanto de lo habitual, porque aquí el personaje, parece que tome alguna venganza sobre los "superiores", pero al final la amarga realidad sale a la luz: los poderosos siempre tienen la sartén por el mango y mientras se puedan divertir, no pasa nada, pero al final demuestran su superioridad (y crueldad) en los huesos del más débil.

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